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En el posteo del blog de abril les conté cómo fue mi decisión para mudarme a Milán.

Y aunque hoy les escribo desde España, a donde viaje unos días a visitar a mis sobrinos, les quiero contar mi experiencia durante estas primeros cuatro semanas en Italia.

Todavía no hace un mes que llegué y por eso aún no terminé con todos los trámites necesarios para finalizar mis documentos italianos. Así que el posteo con la parte burocrática espero poder compartírselos en junio o julio…

Mientras tanto, me pareció que les puede interesar empezar por todo lo que viví emocionalmente en estas semanas.

Como ya les conté en otra oportunidad, la emigración se empieza a vivir desde el momento en el que tomamos la decisión, desde que sabemos, en nuestro corazón, que vamos emigrar, y eso significa que empecemos a sentir una revolución emocional. 

Pero a medida que se va acercando el momento del viaje, las emociones son muchísimo más fuertes y se sienten más los cambios de un sentimiento a otro.

Para mi fue vivir en un subibaja emocional tremendo, una montaña rusa de emociones, pero que estoy segura a la que vale la pena subirse. 

En los días previos a la emigración se vive en una mezcla enorme de alegría y expectativa por lo que se viene y de melancolía y un poco de tristeza por lo que se deja.

El peso de dejar la cotidianidad con nuestra familia y amigos es muy fuerte. Por suerte hoy contamos con las redes sociales y las múltiples plataformas de videollamadas que nos acercan de una manera increíble, aunque a veces no es se sienta lo mismo.

Pero una de las cuestiones más importantes al momento de emigrar es asumir que nos vamos a perder muchos momentos, lindos y no tan lindos, y tener la fortaleza para enfrentarlos desde la ciudad a la que hayamos elegido emigrar y acompañados de esas nuevas personas que vamos a ir conociendo en nuestra nueva vida.

La distancia también magnifica todo, no quiero mentirles y decirles que todo es color de rosas, cualquier noticia que nos cuenten, a la distancia sentimos que es mucho más grande de lo que a veces es, y ni que hablar en estos tiempos de pandemia que estamos viviendo.

En mi caso en particular, cuento con un gran ventaja y es que a pesar de haber emigrado sola, no llegué sola, porque uno de los motivos de haber elegido la ciudad que elegí es porque tengo una amiga (casi hermana) que vive allí y que me recibió en su casa estos primeros días y, aparte, hoy tengo la posibilidad de estar disfrutando unos días con mis sobrinos, que eso suma mil. 

Pero creo que no hay que dejar de tomar la decisión de emigrar pensando en condicional, la vida es una sola y hay que arriesgarse por los sueños. Y de última, que hayan cerrado un capítulo de sus vidas en su país no significa que puedan abrir otro en un futuro.

Con esto les quiero decir que si alguna vez soñaron o se imaginaron viviendo en el exterior, lo pueden hacer realidad, siempre informándose del mejor lugar para ustedes, preparándose con los trámites, ahorrando todo lo que puedan y disfrutando de todo el proceso. Si quieren pueden leer el posteo de julio del año pasado, donde hablo un poco más de esto último.

Y si te gustó lo que te compartí, podés ayudarme a seguir compartiéndote mucho más contenido como éste invitándome con un cafecito.

Les dejo un beso grande.

Rosario.

(Foto: tomada hace unos días, en el que estuve visitando la Piazza del Duomo en Milán y que me pude sacar unos minutos la mascarilla, porque no había gente a mi alrededor).


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